Por: Carlos Santos-Burgoa, Académico Titular, Academia Nacional de Medicina, Profesor de Salud Global y Ambiental, George Washington University, DC, EUA.
Especial para LaSalud.mx
El virus del SARS-CoV-2 estará por muchos meses. Ahora estamos quedándonos en casa. La meta que alcanzaremos es; salvar vidas, dar tiempo a fortalecer la atención médica, y hacer accesible a todos -cuando exista- el tratamiento curativo, y mucho más adelante las vacunas. Cuando la curva epidémica descienda, recuperaremos la actividad educativa, económica y social. Continuaremos permanentemente aplicando la cuádrupla de (i) higiene personal con etiqueta respiratoria y lavado de manos, (ii) limpieza de superficies de uso frecuente, (iii) aislamiento de sintomáticos respiratorios y protección a los más susceptibles de complicación, y (iv) la sana distancia física en espacios comunes.
Pero no por obedecer. Estamos construyendo una ciudadanía que conoce los mecanismos de transmisión, y que actúa sobre ellos, como individuos y organizadamente. Somos los actores principales en la lucha contra la transmisión del virus del SARS-CoV-2: le estamos deteniendo el paso. Son nuestras manos, nuestros pasos, nuestras puertas quienes lograrán protegernos y proteger a los demás; no dependemos de la fuerza pública, o del gobierno. Los ciudadanos estamos produciendo salud, somos “salutogénicos” para nuestras familias, comunidades y nación. Al igual que en los terremotos de 1985 o 2017, en la década perdida económica de los 80´s, en la respuesta a los huracanes y al desempleo, en México hemos aprendido que somos los ciudadanos los actores principales, destacando el limitado papel de los gobiernos.
Aprendemos, que lo que hacemos protege solidaria y subsidiariamente a los demás, que la salud y la vida de los “otros”, depende de “nosotros”. Ahora en casa. Y lo podemos hacer quienes tenemos el privilegio de trabajar en casa; de no tener que salir a dar servicios esenciales, o subsistir con un ingreso económico. Cuando reabramos negocios, escuelas y actividades socioculturales, seremos nosotros los que actuemos y aseguremos entornos limpios, que no estén riesgosamente aglomerados; en trabajos, restaurantes, eventos y transporte.
Esto significa que el Estado tiene que operar corresponsablemente, no para agradecer al pueblo, sino siendo eficaces frente a los ciudadanos. Igual que cuando pagamos nuestros impuestos, nos merecemos un servicio público profesional, que agregue valor a la sociedad, asegurando instituciones públicas fuertes. Muchos servidores públicos lo han podido hacer, reconozcámoslos, pero les favorece al interior del gobierno que la sociedad demande. En esta pandemia nos damos cuenta de que seguir tolerando los años de servicios de atención médica -pública y privada- insuficiente, la mala gestión de consultorios y hospitales, así como las condiciones inseguras, la explotación del trabajo de enfermeras, médicos y trabajadores de la salud es inaceptable. Solo ha servido para hacer el juego a la retórica política.
En las funciones de salud pública, se ha demostrado una regulación sanitaria insuficiente en proteger y dinamizar el conocimiento o la respuesta, una vigilancia epidemiológica que con nobleza trata de conducir la inteligencia en salud, y una promoción de la salud que se crece y da el manejo clave. Lo que lleguemos a ver ahora del desempeño médico, nos dará una lupa de lo que ha estado sucediendo ya por mucho tiempo, y lo que ciudadanos y profesionales de la salud hemos tolerado. La Academia Nacional de Medicina, la Academia Mexicana de Cirugía, la Sociedad Mexicana de Salud Pública, ahora deben vigilar para proteger a enfermeras, médicos y la salud; promoviendo la generación de conocimiento nuevo adecuado en universidades y centros de investigación.
Es hora de la ciudadanización de la salud. Conforme mejor actuemos, más nos ganaremos la autoridad moral de exigir. Cumplamos, hagamos y exijamos como individuos; pero también como profesionales organizados y como agrupaciones. Esta es la era que ahora vivimos: la del ciudadano salutogénico.