Por: Diego Paonessa, Presidente de ALICC y Director General de LALCEC.
De repente un día el COVID-19 llegó sin avisar. Como buen visitante inesperado arribó para quedarse y enseñarnos sobre las más profundas falencias de los sistemas de salud y de nuestros gobernantes.
Desde sus primeras manifestaciones en la lejana ciudad de Wuhan, China, antes de ser declarada por la OMS como pandemia y luego con las explosiones de casos en Italia, Francia y España, este virus nos dio la primera lección “en Latinoamérica nunca pudimos adelantarnos al problema”.
A pesar de tener la ventaja de observar minuto a minuto el avance de la pandemia en Asia y en Europa, de tener los reportes de una larga y triste lista de muertos en ciudades como Madrid, Roma y Nueva York, nuestros tomadores de decisiones solo aventuraron desafortunadas frases.
Minimizaron el problema en vez de tomar tempranas y eficientes medidas para cuidar a la población. Cabe destacar que el no tener un tratamiento efectivo y/o una vacuna complica mucho más el escenario, dejando así el problema casi exclusivamente en manos de la capacidad de análisis y toma de decisiones de nuestros políticos.
La segunda y rápida lección que nos dio el COVID-19 fue ventilar un secreto a gritos de nuestra región. Desnudó en un solo instante la fragilidad de nuestros sistemas de salud. Los mismos que fueron desinvertidos durante décadas y que hoy los necesitamos con urgencia para poder hacer frente a esta pandemia.
Los países en “vías de desarrollo” invertimos en salud aproximadamente una tercera parte de lo que lo hace un país de los denominados “desarrollados”. Promediamos como inversión en salud una cifra cercana a 3 puntos del PBI contra los 10 de promedio de los países desarrollados, y esto se repitió durante décadas. Analizando estas diferencias entre ambos, nuestras posibilidades ante la pandemia son bajas.
Es así que llegamos al punto en donde nuestros gobernantes, luego de hacer un particular diagnóstico, nos presentaron el plan #QuedateEnCasa como la madre de todas las soluciones a la pandemia. Dicho plan, con bemoles y diferencias mínimas en la región, consiste solamente en que todos los habitantes nos quedemos en nuestras casas. Mientras tanto el virus pudo continuar dictando sus lecciones.
La mayoría de los países nos preparamos de una forma similar, reforzando los hospitales y buscando los mejores parches. Nunca pudimos construir un hospital en 10 días como China, pero nos las ingeniamos para levantar hospitales de campañas militares, acondicionar centros de exposiciones para recibir pacientes, y tratamos de reforzar con improvisadas unidades de cuidados intensivos cuanto lugar estuviera disponible.
Así llegó la tercera lección del COVID-19, quien entendió que, entre tanto preparativo, nadie se preguntó ¿cómo cuidamos a nuestros médicos? Llegamos a venderles insumos para el cuidado del personal de salud a otros países dejando desprotegidos a nuestros soldados que siempre estuvieron en la primera línea de defensa. Hoy entendemos que los verdaderos héroes de esta pandemia son el personal de salud, justamente en quienes nadie pensó.
El virus coronado no tuvo mayores inconvenientes para poner en blanco sobre negro, la importancia que tienen los profesionales de la salud, que estén bien capacitados, equipados y por sobre todo bien remunerados. Otra nota que tenemos que dejar como pendiente es que “sin profesionales de la salud no hay sistema de salud”.
Todo está preparado para luchar contra ese enemigo externo que viene a captar la totalidad de la atención. Preparamos los hospitales, las guardias, las clínicas, y estamos listos para una guerra que promete ser prolongada con un plan claro para ganarle al temible COVID-19.
Cumplimos y nos quedamos en casa. Todos hicimos sacrificios para poder vencer al enemigo común, pero a pesar de todos los esfuerzos, los contagios siguen aumentando y los muertos se acumulan. El virus también llamado 2019-nCoV nos da otra lección. Aparentemente nadie se preguntó tampoco ¿cómo cuidamos a nuestros pacientes?
Los pacientes con enfermedades anteriores a la pandemia, por decreto presidencial, quedaron imposibilitados de tener algún tipo de padecimiento. Prácticamente no existen lugares con condiciones para tratar a los pacientes oncológicos, cardíacos, diabéticos, con enfermedades autoinmunes, por mencionar solo a algunos de una muy extensa lista de personas que aparentemente no tienen permitido continuar con sus enfermedades.
En alianza con los tomadores de decisiones de nuestra región, el poder letal del COVID-19 se multiplica varias veces. Si pensamos en el cáncer, que con su bajo perfil se las ingenia para matar alrededor de un millón y medio de personas todos los años solo en Latinoamérica, es una obligación y un derecho garantizar el acceso al diagnóstico y a los tratamientos. El cáncer se debe detectar de manera temprana para mejorar las chances de salvar vidas, y los tratamientos no tienen que ser interrumpidos, pero aparentemente eso no está incluido en este plan.
No puedo dejar de citar la astucia de este inteligente virus que logró convencer a nuestros tomadores de decisiones para que, en nombre de la salud, se permitan comprar a precios exorbitantes y sin ningún tipo de control. Para que, en nombre de la emergencia, abran el paso a la corrupción, también responsable de muchísimas muertes. La capacidad letal del coronavirus logró interpretar rápidamente que las decisiones de los gobernantes pueden ser mucho más eficientes para matar que una pandemia.
Una vez que entendió como perfeccionarse y multiplicar su capacidad letal, se las ingenió para destruir a las endebles economías de la región. En este punto dejó de ser un producto de la evolución para transformarse en un depredador sin límites, que busca por todos los medios hacer la mayor cantidad de daño posible a la humanidad. No contento con atacar a nuestros pueblos para infectarlos, fue por los profesionales de la salud y después por los pacientes, pero la historia se sigue escribiendo y no termina ahí.
El virus logro interpretar muy rápido la relación existente entre salud y economía, y se dispuso a destruir el sistema económico y financiero de nuestros pueblos. Utilizó una vez más uno de los mayores defectos del huésped humano y nos dio otra lección. Nos mostró que la falta de formación, combinada con la soberbia y esa predilección por parecer magnánimos frente a los reflectores que tienen algunos de nuestros gobernantes, pueden ser letales para todos. Nos plantearon que no se puede elegir entre la salud y la economía, y el plan #QuedateEnCasa terminó escribiendo una receta para destruir a las empresas, a los emprendedores y asestó un golpe de gracia para asegurarse la decadencia de nuestros pueblos.
Por último y con la mesa servida, el coronavirus se asentó en la región y ahora es él quien está recibiendo una lección. Se encontró con pueblos fuertes, aguerridos y acostumbrados a los problemas. Con profesionales de la salud que nunca dejaron de trabajar y que están dispuestos a dar sus vidas por sus pacientes, los cuales nunca abandonaron.
Se encontró con padres y madres, con hijos, amigos y vecinos, con empresarios y familias, todos con algo en común, muchos años viviendo en estas tierras y muchos años acostumbrados a pelear contra virus, narcotraficantes, terroristas, delincuentes y corruptos sacados de un catálogo de ciencia ficción.
Es por ello que estamos de pie y peleando con las herramientas que tenemos, apoyados en nuestra cultura, con la pasión que nos provocan nuestras banderas. De una forma u otra vamos a superar la pandemia, aprenderemos las lecciones que el COVID-19 nos mostró y posiblemente las utilizaremos para empezar a vivir en una nueva normalidad.