En parte por las estadísticas que deshumanizan sobre las muertes diarias por el COVID-19; en parte por las estadísticas que diariamente vemos sobre la cantidad de muertos debido a la rampante inseguridad nacional; en parte por sentir el agobio de quienes han perdido el trabajo; por ello y otras causas derivadas del encierro, la muerte parece rondarnos más que antes.
Por ello no sorprende el lanzamiento de las obras “Toda felicidad nos cuesta muertos” de Carlos Martín Briceño y de “Relatos del presente” de Orlando Ortíz, ambos de editorial Lectorum.
Ya sea bajo la pluma de Ortíz, quien parece hacer relatos documentales, casi de crónica, o con los textos más cercanos a la literatura “regular”, si bien con temas mortuorios, ambos autores coinciden en la muerte y su cotidianeidad. Más allá de la percepción de los escritores, la muerte nos ronda con mayor cercanía. Como desarrolla Ortíz, los relatos que antes eran sobre personas desconocidas, en lugares remotos, donde se daban los secuestros con mutilación, donde mataban al secuestrado, a pesar del pago, ahora están muy cerca. Lo que hace unas generaciones era cotidiano, como ir al parque o al cine, ahora se vuelve toda una aventura de alto riesgo y nada agradable. La impunidad no sólo reproduce el ascenso criminal, lo amplía. Quien no estaba decidido a delinquir ahora lo hará por pensar que no lo detendrán; a lo cual se añade la necesidad de llevar comida a la casa. En México van aparejados el desempleo y la delincuencia. Mientras los cárteles se reconfiguran para permanecer, los delincuentes de ocasión están ahí, buscando cebarse en algún incauto. No se puede justificar el atraco a quienes laboran, generalmente en malas condiciones, pero se comprende parte de las causas de robos a personas en la calle y asaltos a establecimientos mercantiles. Otros delitos, como los que se describen en ambos libros, son insostenibles desde cualquier óptica.
Los personajes de Ortíz sufren de diversos modos la embestida delincuencial. En “¡Pero qué terco eres!” vemos que no sólo la familia se afecta con el secuestro de los patrones del establecimiento, también los trabajadores y cercanos. Suele olvidarse el impacto de los crímenes fuera del circulo inicial, pero el miedo y la desolación son como ondas expansivas en el agua. También se habla de secuestros en “Decisión familiar” para evidenciar, con el ejercicio aparentemente sencillo de la experimentada pluma de Ortíz, aspectos familiares y cómo determinan el actuar familiar durante esos días que median entre la privación de la libertad, la entrega del dinero y la devolución del secuestrado. “Correos” habla del robo de infante para extirpar órganos. De nuevo se advierte el miedo sembrado no sólo en los familiares directos, sino en el entorno cercano. Los abuelos de la niña quedan perdidos, desequilibrada la abuela, tanto que parece proyectar su ansiedad para crear aparentes fantasmas a los ojos de la joven que acude a ayudar a los viejos en su desventura emocional y económica. “Como que algo se nos olvidó” narra la decadencia social, el abandono de ciudades y pueblos para evitar caer en el dominio de la delincuencia. Empiezan con pequeños actos y terminan por apoderarse de los negocios y las familias. La delincuencia es una mancha voraz que se extiende sin importar que termine por matar la fuente de ingresos. El abandono del personaje, un anciano profesor que termina en la puerta de su casa, sin auxilio ni los mínimos servicios es metáfora de toda esa población que él educó y vio crecer para luego caer ente sangre y desolación. “Ayer fue viernes santo” habla de los desaparecidos y la necesaria acción de la ciudadanía para encontrar a sus muertos. El gobierno no hará nada, les consta. Los ha olvidado. Por eso se reúnen hombres y mujeres, más mujeres, para buscar entre los árboles y claros del campo alguna fosa clandestina. De tanto practicar la búsqueda de cuerpos terminan por hacerse expertos: depende del olor, sabrán el tiempo aproximado de entierro de los cadáveres. Muchas terminan por perder los referentes personales, geográficos. Y a veces puede ser peor encontrar el cuerpo, si está torturado o vejado. El dolor y la necedad de saber no dejan intocados a los deudos que cambian de vida para saber la verdad.
La pluma de Ortíz conmueve por el ejercicio de la recreación lingüística popular. Sus personajes suenan cercanos por los regionalismos y por los modismos de las diversas clases sociales que se personifican en los cuentos. No sólo se logra la empatía por el dolor, también por la identificación lingüística. La descripción de vías públicas es eficaz para enmarcar delitos imparables; contubernios entre delincuentes y policías se dan por hecho, ni siquiera se desarrollan en el texto. Es parte de la cotidianeidad, en ocasiones por la imposibilidad de los funcionarios de reusarse: el plomo o plata ha quedado atrás, ahora no hay muchas opciones para escoger.
Si bien las narraciones de Briceño no corresponden al estilo de Ortíz, en tanto decantan más a la percepción de lo literario que de la crónica, no por ello dejan de impactar. “Montezuma’s revenge” contiene varios elementos que se olvidan en las cifras delincuenciales, pero que las complican en su percepción. De inicio, Briceño habla desde su natal Mérida. El elemento del turismo internacional se olvida entre cifras de delitos, pero aquí pueden ser parte involuntaria de la cifra negra criminal. El personaje de “Montezuma’s” es un muchacho local que gusta de las rubias extranjeras. No importa que sean insufribles y que lo maltraten por acción o desdén. Él desea a la mujer y es capaz de cruzar el mar con riesgo para ambos. Pero no sólo es burlado por ella, termina por presenciar cómo ella le da a otro lo que él ha buscado con tanto empeño. En un desarrollo clásico, el personaje mata al imprevisto rival de amores y luego el destino le ayudará con ella. Una historia que nos recuerda las tramas clásicas del noir policiaco, pero claramente escrita en México. Lo mismo sucede con “Cibercafé”, donde lo cotidiano puede sorprendernos en cualquier momento. Un joven tímido, una joven extrovertida en las relaciones con desconocidos en el internet, una ocasión para intentar lo imposible para él, una víctima de su propia respuesta. “Hombres de bien” retoma la violencia escolar, incluso con participación de los maestros. En la avalancha de las noticias cotidianas se pierden casos como los de Marcial Maciel y los esfuerzos de las víctimas por décadas para ser resarcidos, al menos en el reconocimiento de la existencia de los hechos punibles. Briceño no deja la puerta tan abierta como para reconocer el grado del abuso, pero evidencia la participación de maestros y alumnos en la degradación infantil. Como ese, muchos otros delitos se pierden entre las noticias regulares. Cuando el robo de combustible era la nota del sexenio, parecieron dejar de existir miles de delitos, pero estaban ahí, multiplicándose.
Como dice la reportera de “El caso Montelongo” de Briceño, “una cosa era denostar contra el gobierno a través de una columna periodística y otra, muy diferente, dar nombres, pelos y señales”. Los artistas no necesitan denunciar para evidenciar el crimen. Al lado de los caminos legales que los personajes de estos autores parecen querer obviar ante la certeza de la inutilidad de recurrir a denunciar un delito, ante la mínima posibilidad porcentual de obtener una sentencia (según la fuente, se dice que en México la impunidad va del 92% al 99%). Incluso llegando ante el juez, los delitos castigados son pocos, porcentualmente. Las cárceles evidencian que en número son muchos los detenidos y, como si hubiera una revancha social, dejan a los internos durante años para que acabe su juicio. Si la labor artística es comprender el mundo o representarlo, entre otros fines, estos autores cumplen de sobra su cometido. No queremos vivir en el miedo y la indefensión, pero tampoco podemos negar que la criminalidad existe y está al acecho. Algunos de los personajes de los cuentos cortos de ambos libros podrían ser víctimas propiciatorias, pero de todos modos no deberían ser violentados, secuestrados, mutilados, engañados por delincuentes y gobierno.
La consolidación de Orlando Ortíz como una voz preponderante deriva de un largo quehacer literario. Carlos Martín Briceño seguirá dando de qué hablar con sus textos. Ambos pertenecen al Sistema Nacional de Creadores. Estos cuentos demoledores evidencian la causa. No son textos para ojos susceptibles, pero deben ser contemplados tanto en su eficacia literaria indudable, como en el recordatorio de que no importa lo que digan los políticos, la criminalidad aumenta y lo sabemos los ciudadanos que carecemos de guardaespaldas y que nos exponemos en el transporte público o en el simple caminar por calles o parques. Incluso, asientan ambos autores, ni siquiera en la escuela están seguros los alumnos. La avalancha sensorial es imparable en tales textos, pero no por ello dejan de ser disfrutables ante la pericia de la escritura.
Si la literatura suele dividirse por su forma (novela, cuento, poesía, teatro, etc.) o por su temática (terror, ciencia ficción, drama, etc.) la necroliteratura es un sello editorial tan valido como cualquier otro. Y pronto será necesario redimensionarlo pues las muertes por causas ajenas al covid, la delincuencia y la falta de oportunidades para laborar debidamente (salarios justos, horarios adecuados, etc.), también son amplias: el desabasto de medicinas, la contaminación que no disminuyó a pesar de las supuesta cuarentena inicial derivada de la pandemia, la depredación del medio ambiente, los ataques a especies en peligro de extinción, y muchas otras causas de la mortandad humana muy pronto llevarán a cada vez más escritores a producir novelas, cuentos, teatro y demás manifestaciones artísticas para hablar de esa muerte que se ramifica por lugares inesperados o imparables.
Ambos libros se pueden ordenar electrónicamente en Lectorum.com.mx o conseguirse en librerías y tiendas de autoservicio.